Friday, July 30, 2004
Carcajada
Hace falta más alcohol. Mientras duermo, puedes levantarte e ir por más alcohol. Sabes, desperté de una pesadilla: hacía falta alcohol. Las farmacias aún permanecen abiertas, ahí venden alcohol.
Al despertar, además de estar contigo, sudaba alcohol. Todo el cuarto olía a alcohol.
A la calle la rodea el alcohol. El mundo permanece sitiado por el alcohol. Todos caminamos por la fiebre del alcohol, y aún así, siempre hace falta más alcohol.
Sobrio, yo no sé nada de amor. Sobrio, no conozco las palabras, ni a la gente, no me atrevo ni abrir los ojos, hubo un tiempo cuando era como todos, y sabes, era un hombre feliz, pero ahora lo soy más.
JAJAJAJAJAJAJAJA
Río todo el tiempo, soy CARCAJADA entera, amplia boca abierta, y en cada risotada azoto mis pulmones y fracturo los espacios de silencio.
Así soy........sin ser aún un permanente borracho.....borracho es el perdido en sus recuerdos.....yo simplemente gozo, bebo y siempre resucito después del tercer día, nunca he comprendido la prisa.
Dame la botella, voy a servir dos tragos: lo bebes y te vas.
Cuando salgas, cierra la puerta pero no pongas llave, porque luego los seguros se me hacen perdidizos, y no voy a poder salir a buscarte, o por más alcohol.
Adiós.
Al despertar, además de estar contigo, sudaba alcohol. Todo el cuarto olía a alcohol.
A la calle la rodea el alcohol. El mundo permanece sitiado por el alcohol. Todos caminamos por la fiebre del alcohol, y aún así, siempre hace falta más alcohol.
Sobrio, yo no sé nada de amor. Sobrio, no conozco las palabras, ni a la gente, no me atrevo ni abrir los ojos, hubo un tiempo cuando era como todos, y sabes, era un hombre feliz, pero ahora lo soy más.
JAJAJAJAJAJAJAJA
Río todo el tiempo, soy CARCAJADA entera, amplia boca abierta, y en cada risotada azoto mis pulmones y fracturo los espacios de silencio.
Así soy........sin ser aún un permanente borracho.....borracho es el perdido en sus recuerdos.....yo simplemente gozo, bebo y siempre resucito después del tercer día, nunca he comprendido la prisa.
Dame la botella, voy a servir dos tragos: lo bebes y te vas.
Cuando salgas, cierra la puerta pero no pongas llave, porque luego los seguros se me hacen perdidizos, y no voy a poder salir a buscarte, o por más alcohol.
Adiós.
Friday, July 23, 2004
405 South
Driving rumbo a Tijuana saliendo de Los Ángeles por el freeway 405 South, se escucha una estación de radio y al locutor diciendo:
- ¿El Amor, Carnalito?.....En algún lugar del mundo, no sé, de verdad no lo sé, sólo queda esperar, porque al amor no se sale a buscar, al amor lo encuentras y ya: en el supermarket, en la cabina telefónica, en el taller mecánico, en el rastro entre la carne muerta o en tu propia casa: tocando a tu puerta, ofreciéndote productos de Toperware o es un testigo de Jehova, y entonces te das cuenta, y lo dejas entrar; pero eso sucede sólo en los escenarios más optimistas, porque generalmente al amor sólo lo miramos pasar, se va de largo y ya, no vuelve aparecer.
¿Por qué no llamar al amor por su verdadero nombre?
Parece que nadie es capaz de decir, ya basta, orgía, adiós, locura, insomnio, prozac, enfermedad, neurosis, sangre, cuchillo, hambre, calamidad. ¡Nadie sabe decir amor, Carnalito!
El locutor termina su intervención y entra un viejo cumbión:
Todas las noches sueño contigo.
Casi no duermo pensando en tí.
Casi medio loco estoy por tu cariño.
Casi medio loco estoy por tu amor.
La música sigue.....y el dancing no parará hasta que se acabé la noche.
- ¿El Amor, Carnalito?.....En algún lugar del mundo, no sé, de verdad no lo sé, sólo queda esperar, porque al amor no se sale a buscar, al amor lo encuentras y ya: en el supermarket, en la cabina telefónica, en el taller mecánico, en el rastro entre la carne muerta o en tu propia casa: tocando a tu puerta, ofreciéndote productos de Toperware o es un testigo de Jehova, y entonces te das cuenta, y lo dejas entrar; pero eso sucede sólo en los escenarios más optimistas, porque generalmente al amor sólo lo miramos pasar, se va de largo y ya, no vuelve aparecer.
¿Por qué no llamar al amor por su verdadero nombre?
Parece que nadie es capaz de decir, ya basta, orgía, adiós, locura, insomnio, prozac, enfermedad, neurosis, sangre, cuchillo, hambre, calamidad. ¡Nadie sabe decir amor, Carnalito!
El locutor termina su intervención y entra un viejo cumbión:
Todas las noches sueño contigo.
Casi no duermo pensando en tí.
Casi medio loco estoy por tu cariño.
Casi medio loco estoy por tu amor.
La música sigue.....y el dancing no parará hasta que se acabé la noche.
Monday, July 12, 2004
Michigan Boulevard
Por las mañanas, el asesino serial vende cuchillos de puerta en puerta. Por las mañanas, la mujer intenta dormir desesperadamente. Cuando el asesino vende, usa un traje de poliéster azul y una corbata roja. Cuando ella duerme, sus ojos se mueven rápidamente. A veces, esos ojos, debajo de sus párpados pintados de púrpura, parecen dos bolas de billar que se golpean luego de un tiro muy sencillo, el tiro final de un juego en el que un joven recluso apuesta el dedo meñique y lo pierde.
El asesino se ha arreglado más de treinta veces la corbata. Hasta que logre ponerla justo en el centro de su cuello, después de unos cuarenta movimientos, podrá tocar en la siguiente puerta.
Otras veces, los ojos de la mujer parecen un par de ratas blancas que mastican despacio, dentro del cajón de una cómoda, una foto en blanco y negro de un militar que apenas sonríe frente a un portaaviones, un militar que la mujer recuerda todos los días cuando reza recargada sobre esa cómoda.
El asesino siente de nuevo que sus brazos le pertenecen a otro hombre y suelta el portafolio, luego de algunos minutos de sudor frío y de varios rasguños involuntarios, recupera el control de sus extremidades, recoge el portafolio y sigue su camino.
Los ojos de ella también parecen los cascos de unos soldados que avanzan con sigilo entre las trincheras hasta que uno de ellos es descubierto por el enemigo (unos días más tarde, en el lugar sólo se encuentran un casco partido, una bota y una escopeta con una inscripción grabada en la cuchilla).
Trece muertos, ese es el número de víctimas del asesino. Para la mujer tan sólo es una cifra y una palabra que escucha en el noticiero de las seis mientras se maquilla la cara y el cuerpo. El asesino, a diferencia de ella, sabe que trece muertos pueden ser toda una vida, que pueden ser el eco de un pelotón de voces en su cabeza, un pelotón, cuyos miembros, una vez terminada la guerra, han decidido atacarse entre ellos mismos. La mujer no entiende nada de la muerte, ella piensa que su soldado sigue vivo en alguna isla lejana del oriente y que ahora ya es Coronel. Trece muertos, justo el número de prisioneros que murieron fusilados en un campamento enemigo, uno de ellos apretó hasta el final, con los cuatro dedos de su mano, la pulsera dorada de una prostituta del Michigan Boulevard.
El asesino tocó dos, tres, cuatro veces. Antes de la quinta la mujer le abrió. Ella tiene cincuenta y cinco años, cuando sonríe, la boca se le inclina un poco a la derecha. Sin excepción, antes de abrir la puerta se persigna. Él tiene cuarenta y seis años, cuando dice a las personas que los cuchillos son capaces de cortar fácilmente una lata de aluminio, no puede sino bajar la mirada. Le tiene pánico al crecimiento de su barba y siempre se está tocando la cara para asegurarse de que el vello no haya salido de forma inesperada. Ambos se miran, ella sonríe, él le da la mano y le muestra su tarjeta.
El asesino pudo atacarla en ese momento, pero no lo hizo, ella pudo ofrecerle su cuerpo a cambio de cien dólares, pero no lo hizo. Ambos esperaron hasta la madrugada, cuando él tocó a la puerta de nuevo y le dio a la mujer un billete muy arrugado. El asesino la atravesó cuando ella terminaba de quitarse la ropa, pero no usó ninguno de los cuchillos que vende por las mañanas, porque sabía que cualquiera de ellos se rompería al chocar con un hueso, esta vez utilizó una cuchilla que arrancó de una escopeta comprada en un bazar del ejército, una cuchilla en la que estaba escrito: Estela.
La mujer no murió aquella noche. El asesino fue capturado y esperó durante cuatro años en una cárcel del Estado su sentencia. Ella vivió ese tiempo junto a cuarenta gatos, veinticinco de los cuales se llaman Coronel Peterson. El asesino fue condenado a la silla eléctrica sin posibilidad de cadena perpetua, a la mujer le detectaron Alzheimer y fue condenada a una mecedora de madera frente a la entrada de su casa.
Mientras el asesino moría, sus ojos se movieron como los ojos de una vieja prostituta que se convulsiona en su mecedora por última vez, y entiende por fin que el amor de su vida ya nunca volverá.
El asesino se ha arreglado más de treinta veces la corbata. Hasta que logre ponerla justo en el centro de su cuello, después de unos cuarenta movimientos, podrá tocar en la siguiente puerta.
Otras veces, los ojos de la mujer parecen un par de ratas blancas que mastican despacio, dentro del cajón de una cómoda, una foto en blanco y negro de un militar que apenas sonríe frente a un portaaviones, un militar que la mujer recuerda todos los días cuando reza recargada sobre esa cómoda.
El asesino siente de nuevo que sus brazos le pertenecen a otro hombre y suelta el portafolio, luego de algunos minutos de sudor frío y de varios rasguños involuntarios, recupera el control de sus extremidades, recoge el portafolio y sigue su camino.
Los ojos de ella también parecen los cascos de unos soldados que avanzan con sigilo entre las trincheras hasta que uno de ellos es descubierto por el enemigo (unos días más tarde, en el lugar sólo se encuentran un casco partido, una bota y una escopeta con una inscripción grabada en la cuchilla).
Trece muertos, ese es el número de víctimas del asesino. Para la mujer tan sólo es una cifra y una palabra que escucha en el noticiero de las seis mientras se maquilla la cara y el cuerpo. El asesino, a diferencia de ella, sabe que trece muertos pueden ser toda una vida, que pueden ser el eco de un pelotón de voces en su cabeza, un pelotón, cuyos miembros, una vez terminada la guerra, han decidido atacarse entre ellos mismos. La mujer no entiende nada de la muerte, ella piensa que su soldado sigue vivo en alguna isla lejana del oriente y que ahora ya es Coronel. Trece muertos, justo el número de prisioneros que murieron fusilados en un campamento enemigo, uno de ellos apretó hasta el final, con los cuatro dedos de su mano, la pulsera dorada de una prostituta del Michigan Boulevard.
El asesino tocó dos, tres, cuatro veces. Antes de la quinta la mujer le abrió. Ella tiene cincuenta y cinco años, cuando sonríe, la boca se le inclina un poco a la derecha. Sin excepción, antes de abrir la puerta se persigna. Él tiene cuarenta y seis años, cuando dice a las personas que los cuchillos son capaces de cortar fácilmente una lata de aluminio, no puede sino bajar la mirada. Le tiene pánico al crecimiento de su barba y siempre se está tocando la cara para asegurarse de que el vello no haya salido de forma inesperada. Ambos se miran, ella sonríe, él le da la mano y le muestra su tarjeta.
El asesino pudo atacarla en ese momento, pero no lo hizo, ella pudo ofrecerle su cuerpo a cambio de cien dólares, pero no lo hizo. Ambos esperaron hasta la madrugada, cuando él tocó a la puerta de nuevo y le dio a la mujer un billete muy arrugado. El asesino la atravesó cuando ella terminaba de quitarse la ropa, pero no usó ninguno de los cuchillos que vende por las mañanas, porque sabía que cualquiera de ellos se rompería al chocar con un hueso, esta vez utilizó una cuchilla que arrancó de una escopeta comprada en un bazar del ejército, una cuchilla en la que estaba escrito: Estela.
La mujer no murió aquella noche. El asesino fue capturado y esperó durante cuatro años en una cárcel del Estado su sentencia. Ella vivió ese tiempo junto a cuarenta gatos, veinticinco de los cuales se llaman Coronel Peterson. El asesino fue condenado a la silla eléctrica sin posibilidad de cadena perpetua, a la mujer le detectaron Alzheimer y fue condenada a una mecedora de madera frente a la entrada de su casa.
Mientras el asesino moría, sus ojos se movieron como los ojos de una vieja prostituta que se convulsiona en su mecedora por última vez, y entiende por fin que el amor de su vida ya nunca volverá.
Friday, July 09, 2004
Cumbia Norteña
Yo tenía una limosina, un castillo y un amor.
Todos eran de oro, pero de oro sin valor.
Ayer enterré a mi madrecita
Sabe a mal el dolor
Hoy he perdido todo
Ah que bruta es la ambición.
Yo tenía una limosina, un castillo y un amor
Todos eran de oro, pero de oro sin valor.
Todos eran de oro, pero de oro sin valor.
Ayer enterré a mi madrecita
Sabe a mal el dolor
Hoy he perdido todo
Ah que bruta es la ambición.
Yo tenía una limosina, un castillo y un amor
Todos eran de oro, pero de oro sin valor.
Thursday, July 08, 2004
Los reyes de la cumbia no sólo tocan canciones de amor...
Te hablo desde la prisión. En el mundo en que vivo siempre hay cuatro esquinas, pero entre esquina y esquina siempre habrá lo mismo, para mi no existe el cielo, ni luna ni estrellas, para mi no alumbra el sol, para mi todo es tinieblas, negro es mi destino. Permite que me arrepienta, para tocarle al mundo, una cumbia que no sólo hable de amor...
Tuesday, July 06, 2004
Cali Rumba Lo Dijo Ayer......
Estas no son mis palabras....Cali Rumba lo dijo ayer:
La cumbia llegó para bailarse porque cumbia somos y en baile nos convertiremos.
Estas no son mis palabras....Cali Rumba lo dijo ayer.
La cumbia llegó para bailarse porque cumbia somos y en baile nos convertiremos.
Estas no son mis palabras....Cali Rumba lo dijo ayer.
Saturday, July 03, 2004
Un águila bailando a una serpiente
Una azotea, una fiesta, los invitados. Un grupo de música viva. El guitarrista, quien imagina que las cuerdas de su guitarra son las cuerdas de los tendederos y que él es un gigante que acaricia las cabezas de los presentes mientras toca sus arpegios. El bajista, quien al tocar sus acordes parece como si trajera guardado en su instrumento a un grupo de budistas tibetanos. El tipo de las congas intentando a toda costa emular los latidos del corazón de Dios. El vocalista, cantando y contando cómo lo abandonó su mujer por su mejor amigo, y nosotros bailando su tristeza. Los tinacos del edificio, que son ahora las musas con sobrepeso inspiradoras de los contoneos. Tu falda, que ya no sabe más de gravedad, flota y se olvida totalmente de tus piernas. Tu vestido, brillando más con cada movimiento, como si estuviera hecho de fuego, de fuego violeta, un fuego que transmuta la oscuridad y lo vuelve todo de luz. Y yo, que miro hacia abajo, y ya no sé cuáles son tus pies y cuáles son los míos. Tú dando una vuelta, y una gota de tu sudor que me cae en la boca, tu sudor que sabe dulce al combinarse con tu perfume. Mi cadenita de la virgen de Guadalupe, tratando de estar cada vez más cerca del cielo, como si ello fuera posible. Los edificios aledaños que nos aplauden de pie toda la noche. Y la cumbia, la cumbia que estalla en el cielo, igual que estalla la fe en el templo de un pueblo elegido, de un pueblo señalado por el dedo de una deidad femenina. La cumbia, esa princesa colombiana que nos ha encantado a los mexicanos.
Porque los mexicanos nos ponemos de hinojos ante la cumbia, nos quitamos el sombrero de charro ante la cumbia, le rendimos honores en la asamblea de los viernes y los sábados. En nuestro país se ha creado, se ha bailado y sobre todo se ha escuchado cumbia desde hace muchos años. Es difícil andar por las calles sin toparse con una ventana abierta que se estremece de cumbia, o subir a un automóvil, a un tráiler, a un taxi, a un camión o a un microbús que no transporte la cumbia por todo el territorio nacional. Este género musical ha dejado las pistas y los salones y nos acompaña por la vida y la rutina clavado en nuestros oídos.
En México los cumbiancheros han creado verdaderas obras maestras desde que conocimos y asimilamos ésta clase de música. Para ser exactos, desde mediados del siglo pasado, con Mike Laure, ese jaliciense que le exprimió todo el sabor a Mazatlán y a Veracruz, que nos dijo que la cosecha de mujeres nunca se acaba, que nos advirtió del tiburón a la vista, bañista, y que nos enseñó que el reventón puede seguir aunque la banda esté borracha. Y qué decir de nuestro grandioso Rigo Tovar, quien hizo de su Matamoros querido la Meca de la cumbia mexicana, porque aunque la cordura ya no habita su cuerpo, ésta sigue vibrando en sus canciones, y a pesar de que él ya no pueda recordarlo, Rigo sigue siendo Amor. También está Chicoché, quien alzó la vista al cielo y se cuestionó, con toda la fuerza de su alma: ¿De quén chon esos ojos que miran bonito, de quén chon esos ojos que me hacen bailar? Y cómo olvidar, actualmente, a Los Ángeles Azules, con el brillo azul de su aureola azul, el azulado revolotear de sus alas azules y su música morena. Estos músicos quienes han definido la forma en la que se hace cumbia mexicana. También están Los Extraños, con su cumbia bien precisa y juguetona, que nos enseña que a los freaks también les gusta el cumbión. O Los Socios del ritmo, con su llorar, llorar y llora-a-ar que se contrapone a su fe-fe-fe-felicidad, creando la dualidad musical perfecta. No podemos dejar de lado a Rayito Colombiano, con su brillo colombiano, pero su piel y sus vísceras mexicanas, cuya música está a la altura de la que se crea en los más sabrosones barrios de Medellín. O nuestro rebelde del acordeón, Celso Piña, quien ha revolucionado la cumbia y el vallenato a nivel mundial y ha demostrado que todos los rockeros llevan un cumbiero adentro. Y por supuesto hay que mencionar a los sonideros nacionales, quienes acordonan nuestras calles para absorbernos, durante la madrugada, toda la cumbiamba del espíritu.
En fin, la cumbia es un género arraigado en nuestro país, género que se merece el respeto y el deleite de cualquier otro tipo de música. Y es que la cumbia no es únicamente para bailarla, también se puede disfrutar así: nomás de puro oírla.
Porque los mexicanos nos ponemos de hinojos ante la cumbia, nos quitamos el sombrero de charro ante la cumbia, le rendimos honores en la asamblea de los viernes y los sábados. En nuestro país se ha creado, se ha bailado y sobre todo se ha escuchado cumbia desde hace muchos años. Es difícil andar por las calles sin toparse con una ventana abierta que se estremece de cumbia, o subir a un automóvil, a un tráiler, a un taxi, a un camión o a un microbús que no transporte la cumbia por todo el territorio nacional. Este género musical ha dejado las pistas y los salones y nos acompaña por la vida y la rutina clavado en nuestros oídos.
En México los cumbiancheros han creado verdaderas obras maestras desde que conocimos y asimilamos ésta clase de música. Para ser exactos, desde mediados del siglo pasado, con Mike Laure, ese jaliciense que le exprimió todo el sabor a Mazatlán y a Veracruz, que nos dijo que la cosecha de mujeres nunca se acaba, que nos advirtió del tiburón a la vista, bañista, y que nos enseñó que el reventón puede seguir aunque la banda esté borracha. Y qué decir de nuestro grandioso Rigo Tovar, quien hizo de su Matamoros querido la Meca de la cumbia mexicana, porque aunque la cordura ya no habita su cuerpo, ésta sigue vibrando en sus canciones, y a pesar de que él ya no pueda recordarlo, Rigo sigue siendo Amor. También está Chicoché, quien alzó la vista al cielo y se cuestionó, con toda la fuerza de su alma: ¿De quén chon esos ojos que miran bonito, de quén chon esos ojos que me hacen bailar? Y cómo olvidar, actualmente, a Los Ángeles Azules, con el brillo azul de su aureola azul, el azulado revolotear de sus alas azules y su música morena. Estos músicos quienes han definido la forma en la que se hace cumbia mexicana. También están Los Extraños, con su cumbia bien precisa y juguetona, que nos enseña que a los freaks también les gusta el cumbión. O Los Socios del ritmo, con su llorar, llorar y llora-a-ar que se contrapone a su fe-fe-fe-felicidad, creando la dualidad musical perfecta. No podemos dejar de lado a Rayito Colombiano, con su brillo colombiano, pero su piel y sus vísceras mexicanas, cuya música está a la altura de la que se crea en los más sabrosones barrios de Medellín. O nuestro rebelde del acordeón, Celso Piña, quien ha revolucionado la cumbia y el vallenato a nivel mundial y ha demostrado que todos los rockeros llevan un cumbiero adentro. Y por supuesto hay que mencionar a los sonideros nacionales, quienes acordonan nuestras calles para absorbernos, durante la madrugada, toda la cumbiamba del espíritu.
En fin, la cumbia es un género arraigado en nuestro país, género que se merece el respeto y el deleite de cualquier otro tipo de música. Y es que la cumbia no es únicamente para bailarla, también se puede disfrutar así: nomás de puro oírla.
Friday, July 02, 2004
Hoja en Blanco
In Cumbia Ñero Poetrik Sound Ink se da cabida lo mismo a un verso de Maiakovski que a una rola de Los Ángeles Azules; se da un sorbo de pulque mientras se lee el capítulo quince del Ulises de Jaymes Joyce; e incluso, ya en el clímax de una borrachera se canta el final de En Busca del Tiempo Perdido de Proust acompañado por un Mariachi.
The Big Inn in Guachete Sound
el lugar donde simplemente se baila la tristeza