Saturday, July 03, 2004
Un águila bailando a una serpiente
Una azotea, una fiesta, los invitados. Un grupo de música viva. El guitarrista, quien imagina que las cuerdas de su guitarra son las cuerdas de los tendederos y que él es un gigante que acaricia las cabezas de los presentes mientras toca sus arpegios. El bajista, quien al tocar sus acordes parece como si trajera guardado en su instrumento a un grupo de budistas tibetanos. El tipo de las congas intentando a toda costa emular los latidos del corazón de Dios. El vocalista, cantando y contando cómo lo abandonó su mujer por su mejor amigo, y nosotros bailando su tristeza. Los tinacos del edificio, que son ahora las musas con sobrepeso inspiradoras de los contoneos. Tu falda, que ya no sabe más de gravedad, flota y se olvida totalmente de tus piernas. Tu vestido, brillando más con cada movimiento, como si estuviera hecho de fuego, de fuego violeta, un fuego que transmuta la oscuridad y lo vuelve todo de luz. Y yo, que miro hacia abajo, y ya no sé cuáles son tus pies y cuáles son los míos. Tú dando una vuelta, y una gota de tu sudor que me cae en la boca, tu sudor que sabe dulce al combinarse con tu perfume. Mi cadenita de la virgen de Guadalupe, tratando de estar cada vez más cerca del cielo, como si ello fuera posible. Los edificios aledaños que nos aplauden de pie toda la noche. Y la cumbia, la cumbia que estalla en el cielo, igual que estalla la fe en el templo de un pueblo elegido, de un pueblo señalado por el dedo de una deidad femenina. La cumbia, esa princesa colombiana que nos ha encantado a los mexicanos.
Porque los mexicanos nos ponemos de hinojos ante la cumbia, nos quitamos el sombrero de charro ante la cumbia, le rendimos honores en la asamblea de los viernes y los sábados. En nuestro país se ha creado, se ha bailado y sobre todo se ha escuchado cumbia desde hace muchos años. Es difícil andar por las calles sin toparse con una ventana abierta que se estremece de cumbia, o subir a un automóvil, a un tráiler, a un taxi, a un camión o a un microbús que no transporte la cumbia por todo el territorio nacional. Este género musical ha dejado las pistas y los salones y nos acompaña por la vida y la rutina clavado en nuestros oídos.
En México los cumbiancheros han creado verdaderas obras maestras desde que conocimos y asimilamos ésta clase de música. Para ser exactos, desde mediados del siglo pasado, con Mike Laure, ese jaliciense que le exprimió todo el sabor a Mazatlán y a Veracruz, que nos dijo que la cosecha de mujeres nunca se acaba, que nos advirtió del tiburón a la vista, bañista, y que nos enseñó que el reventón puede seguir aunque la banda esté borracha. Y qué decir de nuestro grandioso Rigo Tovar, quien hizo de su Matamoros querido la Meca de la cumbia mexicana, porque aunque la cordura ya no habita su cuerpo, ésta sigue vibrando en sus canciones, y a pesar de que él ya no pueda recordarlo, Rigo sigue siendo Amor. También está Chicoché, quien alzó la vista al cielo y se cuestionó, con toda la fuerza de su alma: ¿De quén chon esos ojos que miran bonito, de quén chon esos ojos que me hacen bailar? Y cómo olvidar, actualmente, a Los Ángeles Azules, con el brillo azul de su aureola azul, el azulado revolotear de sus alas azules y su música morena. Estos músicos quienes han definido la forma en la que se hace cumbia mexicana. También están Los Extraños, con su cumbia bien precisa y juguetona, que nos enseña que a los freaks también les gusta el cumbión. O Los Socios del ritmo, con su llorar, llorar y llora-a-ar que se contrapone a su fe-fe-fe-felicidad, creando la dualidad musical perfecta. No podemos dejar de lado a Rayito Colombiano, con su brillo colombiano, pero su piel y sus vísceras mexicanas, cuya música está a la altura de la que se crea en los más sabrosones barrios de Medellín. O nuestro rebelde del acordeón, Celso Piña, quien ha revolucionado la cumbia y el vallenato a nivel mundial y ha demostrado que todos los rockeros llevan un cumbiero adentro. Y por supuesto hay que mencionar a los sonideros nacionales, quienes acordonan nuestras calles para absorbernos, durante la madrugada, toda la cumbiamba del espíritu.
En fin, la cumbia es un género arraigado en nuestro país, género que se merece el respeto y el deleite de cualquier otro tipo de música. Y es que la cumbia no es únicamente para bailarla, también se puede disfrutar así: nomás de puro oírla.
Porque los mexicanos nos ponemos de hinojos ante la cumbia, nos quitamos el sombrero de charro ante la cumbia, le rendimos honores en la asamblea de los viernes y los sábados. En nuestro país se ha creado, se ha bailado y sobre todo se ha escuchado cumbia desde hace muchos años. Es difícil andar por las calles sin toparse con una ventana abierta que se estremece de cumbia, o subir a un automóvil, a un tráiler, a un taxi, a un camión o a un microbús que no transporte la cumbia por todo el territorio nacional. Este género musical ha dejado las pistas y los salones y nos acompaña por la vida y la rutina clavado en nuestros oídos.
En México los cumbiancheros han creado verdaderas obras maestras desde que conocimos y asimilamos ésta clase de música. Para ser exactos, desde mediados del siglo pasado, con Mike Laure, ese jaliciense que le exprimió todo el sabor a Mazatlán y a Veracruz, que nos dijo que la cosecha de mujeres nunca se acaba, que nos advirtió del tiburón a la vista, bañista, y que nos enseñó que el reventón puede seguir aunque la banda esté borracha. Y qué decir de nuestro grandioso Rigo Tovar, quien hizo de su Matamoros querido la Meca de la cumbia mexicana, porque aunque la cordura ya no habita su cuerpo, ésta sigue vibrando en sus canciones, y a pesar de que él ya no pueda recordarlo, Rigo sigue siendo Amor. También está Chicoché, quien alzó la vista al cielo y se cuestionó, con toda la fuerza de su alma: ¿De quén chon esos ojos que miran bonito, de quén chon esos ojos que me hacen bailar? Y cómo olvidar, actualmente, a Los Ángeles Azules, con el brillo azul de su aureola azul, el azulado revolotear de sus alas azules y su música morena. Estos músicos quienes han definido la forma en la que se hace cumbia mexicana. También están Los Extraños, con su cumbia bien precisa y juguetona, que nos enseña que a los freaks también les gusta el cumbión. O Los Socios del ritmo, con su llorar, llorar y llora-a-ar que se contrapone a su fe-fe-fe-felicidad, creando la dualidad musical perfecta. No podemos dejar de lado a Rayito Colombiano, con su brillo colombiano, pero su piel y sus vísceras mexicanas, cuya música está a la altura de la que se crea en los más sabrosones barrios de Medellín. O nuestro rebelde del acordeón, Celso Piña, quien ha revolucionado la cumbia y el vallenato a nivel mundial y ha demostrado que todos los rockeros llevan un cumbiero adentro. Y por supuesto hay que mencionar a los sonideros nacionales, quienes acordonan nuestras calles para absorbernos, durante la madrugada, toda la cumbiamba del espíritu.
En fin, la cumbia es un género arraigado en nuestro país, género que se merece el respeto y el deleite de cualquier otro tipo de música. Y es que la cumbia no es únicamente para bailarla, también se puede disfrutar así: nomás de puro oírla.